
Yo sabía que la situación social de nuestra civilización y la situación medioambiental de la Tierra precisaban ser abordadas urgentemente. De hecho, en mi primera investigación de alcance, publicada en 2016,1 dedicaba la totalidad del primer capítulo a describir la situación, planteando la necesidad urgente de cambios. Lo que no sabía, hasta que me encontré con la charla de Extinction Rebellion (XR) –“Camino a la extinción y qué podemos hacer al respecto”–, es que nos encontrábamos, ya, al otro lado de la línea de lo urgente; no sabía que la situación era realmente desesperada.
En la charla de XR me había encontrado con informes y artículos científicos que no había conseguido detectar durante mi investigación –cosa que no debería de extrañar a nadie pues, cada año, se publican en torno a 2’5 millones de artículos académicos en todo el mundo.2 Estos nuevos datos me hacían tomar conciencia de que, posiblemente, estábamos llegando tarde para evitar el desastre; me hacía consciente de que, como mucho, podríamos paliar o mitigar lo peor de las consecuencias de tantos años de insensatez.
Y digo “tantos años” porque en 1972 ya se había dado la voz de alarma. Lo había hecho un equipo de analistas del prestigioso Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) encabezados por la irrepetible Donella Meadows, a quien el Club de Roma le había encargado desarrollar un modelo informático de dinámica de sistemas para analizar distintos escenarios posibles en las interacciones entre cinco subsistemas del sistema económico global: población mundial, producción alimentaria, industrialización, contaminación y agotamiento de los recursos naturales no renovables. Los resultados se publicarían en un libro titulado Los límites del crecimiento.3
Meadows y sus colegas trabajaron sobre una escala temporal que iba desde 1900 hasta 2100, si bien hicieron un análisis de posibles escenarios futuros entre 1972 –fecha en que se realizó la investigación– y 2100. No pretendían hacer predicciones detalladas. Sólo buscaban comprender mejor cómo podría comportarse el sistema económico mundial a partir de las tendencias del sistema, explorando las interacciones entre crecimiento y recursos no renovables.
Al final de la investigación, de los tres escenarios más significativos, dos de ellos indicaban el colapso del sistema global hacia la mitad del siglo XXI debido al exceso de demandas sobre el planeta, situando el “punto de inflexión” en torno al año 2030. Meadows y sus compañeros añadían que “El resultado más probable será un más que súbito e incontrolable declive tanto de población como de capacidad industrial”. Si Dana Meadows no lo hubiera contado en un informe científico, sino en un pub, delante de una cerveza, lo habría traducido probablemente así: “Esto va a significar la muerte de miles de millones de seres humanos y el colapso de nuestra civilización” –como puede verse en el gráfico de abajo. Finalmente, Meadows y sus colegas instaban a ponerse manos a la obra ya –en 1972– para evitar el desastre.
A pesar del prestigio de la institución –nada menos que el MIT– y de las científicas implicadas, hubo muchas críticas al informe, llegando incluso a ser demonizado desde aquellos sectores de poder que veían amenazados sus intereses; es decir, las grandes corporaciones, los mercados, y los partidos políticos a su servicio. Sin embargo, el informe del MIT se siguió demostrando acertado y preciso con el paso de los años, al ser validado en posteriores revisiones realizadas en distintas universidades hasta 20124 –¡pero, ahora, con los datos reales acumulados durante 40 años, y no con proyecciones, como en 1972!
Como señalaba el químico italiano Ugo Bardi en su revisión del trabajo en 2011: “Las advertencias que recibimos en 1972… se están haciendo cada vez más preocupantes, por cuanto la realidad parece estar siguiendo estrechamente las curvas que el… escenario había generado”.5

Sí. Estábamos advertidos desde 1972. En ese año, Donella Meadows y sus colegas nos habían dicho que llevábamos rumbo de colisión con la Tierra –al igual que el Titánic, precisa metáfora de nuestro tiempo. Se nos dijo que nuestra arrogante y soberbia civilización –que, al igual que ocurrió con el Titánic, creíamos “insumergible”– podía hundirse sin dejar rastro a lo largo de la segunda mitad del siglo XXI. Ahora, incluso, dos investigadores de las universidades de Texas y California nos dicen –en la revista oficial de la Academia de las Ciencias de los Estados Unidos– que la humanidad tiene una probabilidad entre veinte de extinguirse. Al final de su artículo nos piden que nos preguntemos si nos subiríamos en un avión si nos dijeran que tenemos una probabilidad entre veinte de que se estrelle, y añaden: “Nunca nos subiríamos a un avión con tales probabilidades de accidente, pero estamos dispuestos a meter a nuestros hijos y nietos en ese avión”.6
Debo reconocer que fue cuando llegué a este punto, cuando leí esas palabras, cuando me puse a llorar como un chiquillo. Sí, a mis 61 años. Formando parte del equipo de traducción de Extinction Rebellion en España, se me había encargado que tradujera las diapositivas de la presentación “Camino a la extinción…” Y, a medida que iba viendo todos los datos científicos que se me ofrecían allí, hasta entonces desconocidos para mí, fui sintiendo que algo en mi interior se venía abajo, que se hundía en la más profunda desesperanza, algo que había luchado por mantener en pie durante años, a pesar de los pesares.
En ese momento me acordé de Aaron Thierry, compañero mío en la organización de la People’s Climate March de Edimburgo en septiembre de 2014. Poco antes del lanzamiento de XR en Reino Unido, había visto un post suyo en Facebook donde decía que, durante la charla de XR, se había puesto a llorar.
Me extrañó mucho. ¿Él, estudiante de doctorado en ciencias del sistema terrestre en la Universidad de Edimburgo? ¡Debía saberlo todo al respecto! ¿Cómo que se había echado a llorar? No podía entenderlo… hasta que vi yo mismo las investigaciones que él había visto.
Ahora, también yo lloraba desconsolado –para alarma de mi esposa Marta–, y entendía desde lo profundo de mi corazón a mi compañero Aaron, pensando en el sufrimiento que implicaba todo aquello: billones de lágrimas de desesperanza, de angustia, de insoportable dolor por la pérdida de seres queridos, de agonía; billones de seres vivos, no sólo humanos, desapareciendo para siempre en silencio, bajo la luminosa oscuridad del cosmos…
Y todo ello por nuestra insensatez colectiva, sí, por supuesto. Pero, sobre todo y por encima de todo, por la codicia y el ansia de poder de quienes pudieron entender en 1972 las advertencias de Dana Meadows y sus colegas, por la indescriptible imbecilidad de quienes han estado al timón de esta civilización-Titánic durante casi cincuenta años –¡50 años!– y no variaron el rumbo por no perder sus privilegios de clase ni su poder.
―¡Malditos sean! –exclamé desde el dolor que me transmitían mis neuronas espejo– ¡Malditos sean mil veces!
¿Quiere esto decir que he perdido toda esperanza de “salvación” para la humanidad y para la Comunidad de Vida terrestre con la cual compartimos el planeta?
En Extinction Rebellion hacemos hincapié en que conviene no dar esperanzas, porque es la única manera de que la gente deje de consolarse y emprenda la acción de una vez, porque ya no nos queda tiempo para contemporizar más. Personalmente, no sé si podremos evitar lo peor de la catástrofe que se avecina. Honestamente pienso que lo más que vamos a poder hacer es mitigar el golpe, limitar los daños, quizás incluso mantener en pie la civilización –aunque profundamente transformada, pues el actual modelo de civilización está condenado a muerte irremisiblemente.
Pero, para esto, para conseguir que no haya miles de millones de muertos humanos, y para conseguir que sobreviva la suficiente Comunidad de Vida planetaria como para que la Tierra siga viva, vamos a tener que ponernos manos a la obra YA, con una determinación como nunca creímos concentrar entre ceja y ceja, con un coraje como nunca pensamos que podríamos exigir a nuestro corazón.
Tenemos que movernos ya, por encima de nosotras mismas y de quienes nos han traído hasta aquí con su codicia, sus ansias de poder y su estupidez, por encima de nuestra desesperanza y de nuestros miedos.
Tenemos que movernos ya, rebelarnos ya, por nuestra propia vida, por la vida de las generaciones que aún no han tenido la ocasión de aprender a vivir, por la vida de tantos billones y billones de seres que no tienen la culpa de nuestra humana insensatez y nuestra arrogancia, por la vida de este maravilloso y bellísimo ser del cual no somos más que células: la Tierra.
Tenemos que rebelarnos ya, simplemente, porque nos lo exige la más mínima decencia ante la injusticia, porque nos lo reclaman, desde el silencio no-manifestado del universo, las consciencias de millones de seres en potencia, que jamás tendrán la oportunidad de saborear la vida –esa vida que tanto has disfrutado tú– si no les ofrecemos la posibilidad de hacerlo.
Tenemos que rebelarnos ya… por amor a la Vida, por nuestra propia dignidad, por el propio privilegio de saber que hemos vivido…
Tenemos que rebelarnos ya…
Grian A. Cutanda
Doctor en Ciencias de la Educación, escritor de 14 libros, algunos traducidos a 12 idiomas, psicólogo, comunicador, traductor y activista, fundador de The Avalon Project – Initiative for a Culture of Peace, actualmente inmerso en el movimiento social global Extinction Rebellion.
Notas:
- Cutanda (2016).
- Boon (2017).
- Meadows, Meadows, Randers y Behrens (1972).
- Bardi (2011); Hall y Day (2009); Meadows, Meadows y Randers (1992); Meadows, Randers y Meadows (2004), Turner (2008, 2012).
- Bardi (2011, p. 3).
- Xu y Ramanathan (2017).
Referencias
Bardi, U. (2011). The Limits to Growth Revisited. New York: Springer.
Boon, S. (2017). 21st century science overload. Canadian Science Publishing (blog) 7 enero 2017. Disponible en http://blog.cdnsciencepub.com/21st-century-science-overload/
Cutanda, G. A. (2016). Relatos tradicionales y Carta de la Tierra: Hacia una educación en la visión del mundo sistémico-compleja (Tesis doctoral). Universidad de Granada. Disponible en http://digibug.ugr.es/handle/10481/45390
Hall, C. y Day, J. (2009). Revisiting The Limits of Growth after peak oil. American Scientist, 97, pp. 230-238.
Meadows, D. H; Meadows, D. L. & Randers, J. (1992). Beyond the Limits: Global Collapse or a Sustainable Future. London: Earthscan
Meadows, D. H; Randers, J. & Meadows, D. L. (2004). Limits to Growth: The 30-Year Update. White River Junction, VT: Chelsea Green
Meadows, D. H; Meadows, D. L.; Randers, J.; y Behrens III, W. (1972). The Limits of Growth. Nueva York: Universe Books.
Turner, G. M. (2008). A comparison of The Limits to Growth with 30 years of reality. Global Environmental Change, 18, pp. 397-411.
———— (2012). On the cusp of global collapse?: Updated comparison of The limits to growth with historical data. GAIA-Ecological Perspectives for Science and Society, 21(2), 116-124.
Xu, Y. y Ramanathan, V. (2017). Well below 2ºC: Mitigation strategies for avoiding dangerous to catastrophic climate changes. Proceedings of the National Academy of Sciences, 114(39), pp. 10315-10323. doi: 10.1073/pnas.1618481114