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La «regla del 3,5%»: Cómo una pequeña minoría puede cambiar el mundo

Las protestas no-violentas tienen el doble de probabilidades de lograr sus objetivos que los conflictos armados, y aquéllas que han superado el umbral del 3,5% de la población han conseguido siempre el cambio buscado

Por David Robson

14 Mayo 2019

Publicado originalmente en la website de la BBC, en la sección BBC Future

En 1986, millones de filipinos tomaron las calles de Manila para protestar pacíficamente y orar en el movimiento del Poder del Pueblo. El régimen de Marcos caía cuatro días después.

         En 2003, el pueblo de Georgia destituyó a Eduard Shevardnadze con la pacífica Revolución de las Rosas, en la cual las manifestantes se congregaron en torno al edificio del parlamento sosteniendo flores en las manos.

         A principios de este año, los presidentes de Sudán y de Argelia anunciaron su dimisión tras décadas en el cargo, gracias a sendas campañas de resistencia pacíficas.

         En cada uno de estos casos, la resistencia civil de personas normales se impuso a la élite política para conseguir un cambio radical.

         Claro está que existen muchas razones éticas para utilizar estrategias no-violentas, pero la convincente investigación de Erica Chenoweth, una científica política de la Universidad de Harvard, confirma que la desobediencia civil no es sólo una elección moral, sino también la forma más poderosa de conformar la política mundial. Y esto, con diferencia.

         Estudiando cientos de campañas durante el último siglo, Chenoweth descubrió que las campañas no-violentas tienen el doble de probabilidades de alcanzar sus objetivos que las campañas violentas. Y, aunque la dinámica exacta depende de muchos factores, Chenoweth ha demostrado que se precisa de la participación activa en las protestas de en torno a un 3,5% de la población para asegurarse un verdadero cambio político.

         El influjo de Chenoweth se puede ver en las recientes protestas de Extinction Rebellion, cuyos fundadores afirman que se inspiraron directamente en los hallazgos de la investigadora. Pero, ¿cómo llegó Chenoweth a estas conclusiones?

Chenoweth se basa en su investigación en influyentes figuras de la no-violencia, como Sojourner Truth, Susan B. Anthony, Mahatma Gandhi o Martin Luther King

No hace falta decir que la investigación de Chenoweth se basa en las filosofías de muchas e influyentes figuras de la historia. La abolicionista afroamericana Sojourner Truth, la sufragista Susan B. Anthony, el activista por la independencia de la India Mahatma Gandhi y el activista por los derechos civiles en Estados Unidos Martin Luther King han ofrecido argumentos potentes sobre la enorme fuerza de las protestas pacíficas.

         Sin embargo, Chenoweth admite que, cuando comenzó sus investigaciones a mediados de la década del 2000, era más bien escéptica ante la idea de que las acciones no-violentas pudieran ser más poderosas que el conflicto armado en la mayoría de las situaciones. Como estudiante de doctorado en la Universidad de Colorado, se había pasado años estudiando los factores que contribuyen al auge del terrorismo cuando le pidieron que asistiera a un taller académico organizado por el International Center of Nonviolent Conflict (ICNC) (Centro Internacional del Conflicto Noviolento), una organización no-lucrativa con base en Washington DC. En el taller se ofrecían muchos ejemplos convincentes de protestas pacíficas que habían conseguido cambios políticos duraderos, incluidas, por ejemplo, las protestas del Poder del Pueblo en Filipinas.

         Pero Chenoweth se sorprendió al saber que nadie había comparado las tasas de éxito entre las protestas violentas y las no-violentas, y pensó que quizás los estudios de casos se elegían simplemente a través de algún tipo de sesgo confirmatorio. “Realmente –dice ella–, me impulsó cierto escepticismo ante la idea de que la resistencia no-violenta pudiera ser efectiva para la consecución de transformaciones importantes en la sociedad.”

         En colaboración con Maria Stephan, una investigadora del ICNC, Chenoweth realizó una amplia revisión de la literatura académica relativa a resistencia civil y movimientos sociales desde 1900 hasta 2006 –una serie de datos que se corroborarían posteriormente con otros expertos en el campo. En un principio sólo tomaron en consideración los intentos realizados por cambiar un régimen político. Se consideraba que un movimiento había tenido éxito si había alcanzado plenamente sus objetivos en el plazo de un año a partir de su máximo nivel de compromiso o punto álgido, y como consecuencia directa de sus actividades. El cambio de régimen como resultado de una intervención militar extranjera no se consideraría, por tanto, un éxito. Por otra parte, una campaña se consideraba violenta si implicaba el uso de bombas, secuestros, destrucción de infraestructuras o cualquier otro daño físico a las personas o las propiedades.

         “Nuestra estrategia consistía en someter a la resistencia no-violenta a unas pruebas bastante duras”, dice Chenoweth. (Los criterios eran tan estrictos en el análisis de Chenoweth y Stephan que el movimiento por la independencia de la India no se consideró como evidencia en favor de las protestas no-violentas, dado que se consideró que los menguantes recursos militares de Gran Bretaña habían sido un factor decisivo de su éxito, aunque las protestas en sí tuvieran una enorme influencia.)

         Para cuando culminaron este proceso, habían recogido datos de 323 campañas violentas y no-violentas, y sus resultados –que serían publicados en su libro Why Civil Resistance Works: The Strategic Logic of Nonviolent Conflictfueron sorprendentes.

La fuerza de los números

En términos generales, las campañas no-violentas tienen el doble de probabilidades de éxito que las campañas violentas, dado que llevan al cambio político en el 53% de las veces, comparado con el 26% de las protestas violentas (traducción al castellano, aquí).

         Esto se debía en parte a la fuerza de los números. Chenoweth afirma que es más probable que las campañas no-violentas tengan éxito porque pueden reclutar a más participantes procedentes de un espectro demográfico más amplio, lo cual puede provocar una severa disrupción que paralice la vida urbana ordinaria y el funcionamiento de la sociedad.

         De hecho, de las 25 grandes campañas que estudiaron, 20 fueron campañas no-violentas, y 14 de ellas tuvieron un éxito rotundo. En general, las campañas no-violentas atrajeron a cuatro veces más participantes (200.000) que el promedio de participantes de las campañas violentas (50.000).

         La campaña del Poder del Pueblo contra el régimen de Marcos en Filipinas, por ejemplo, movilizó a dos millones de participantes en su punto álgido, en tanto que el levantamiento de Brasil de 1984 y 1985 atrajo a un millón de personas, y la Revolución de Terciopelo en Checoslovaquia en 1989 movilizó a 500.000 participantes.

         “Los números importan realmente a la hora de generar poder de tal manera que suponga un serio reto o una amenaza para las autoridades atrincheradas”, dice Chenoweth, y la protesta no-violenta parece ser la mejor manera de que se difundan los apoyos.

         En cuanto el 3,5% de la población total comienza a participar activamente, la consecución de los objetivos parece ser inevitable.

Además del movimiento del Poder del Pueblo, tanto la Revolución Cantada de Estonia como la Revolución de las Rosas de Georgia alcanzaron el umbral del 3,5% de la población

“No ha habido campañas que hayan fracasado una vez han alcanzado el 3,5% de participación en un acontecimiento cumbre”, dice Chenoweth, refiriéndose a este fenómeno como la “regla del 3,5%”. Además del movimiento del Poder del Pueblo, habría que incluir aquí a la Revolución Cantada en Estonia de finales de la década de 1980 y la Revolución de las Rosas en Georgia, a principios de 2003.

         Chenoweth admite que, en un principio, se sorprendió con los resultados, pero ahora alega múltiples razones para justificar el hecho de que las protestas no-violentas consigan aglutinar tan altos niveles de apoyo. Quizás lo más obvio sea que las protestas violentas excluyen de forma natural a aquellas personas que detestan o temen el derramamiento de sangre, en tanto que las personas que protestan pacíficamente mantienen una elevada base moral.

         Chenoweth señala que las protestas no-violentas ofrecen también menos barreras físicas a la participación. No hace falta que estés en forma y que tengas una salud robusta para participar en una huelga, en tanto que las campañas violentas tienden a precisar del apoyo de hombres jóvenes, y en una buena forma física. Y, aunque muchas formas de protesta no-violenta conllevan también serios riesgos –no hace falta más que pensar en la respuesta del gobierno chino en la Plaza de Tiananmen en 1989–, Chenoweth afirma que las campañas no-violentas son normalmente más adecuadas para su discusión abierta, lo cual significa que las noticias referentes a ellas terminan alcanzando a un público mucho más amplio. Los movimientos violentos, por otra parte, precisan del suministro de armas, y tienden a funcionar sobre la base de operaciones clandestinas y secretas, que difícilmente van a ser conocidas por la población general.

         Al conseguir un amplio apoyo entre la población, es también más probable que las campañas no-violentas obtengan apoyo entre miembros de las fuerzas policiales y militares; es decir, los colectivos en los que se va a sustentar el gobierno a la hora de imponer el orden.

         En una protesta pacífica con millones de personas en las calles es más probable que los miembros de las fuerzas de seguridad teman por la posibilidad de que haya familiares o amigos entre la multitud, lo cual puede llevar a que no tomen medidas enérgicas contra ésta. “También puede ocurrir que, viendo simplemente el número de personas involucradas, lleguen a la conclusión de que el barco ya ha zarpado, y que no quieran hundirse con el barco”, dice Chenoweth.

         En cuanto a estrategias concretas, las huelgas generales “constituyen probablemente uno de los métodos más poderosos, si no el más poderoso, de resistencia no-violenta”, afirma Chenoweth. Sin embargo, conllevan un coste personal, en tanto que otras formas de protesta pueden ser completamente anónimas. Chenoweth señala a los boicots de consumo que se realizaron durante la época del apartheid en Sudáfrica, en los cuales muchas personas negras se negaron a comprar productos de empresas con propietarios blancos. El resultado fue que la élite blanca del país cayó en una crisis económica que contribuyó al fin de la segregación racial a principios de la década de 1990.

         “Existen otras opciones de resistencia no-violenta que no sitúan a las personas ante un peligro físico (sobre todo cuando el número de manifestantes crece), si las comparamos con la actividad armada –sostiene Chenoweth–. Y las técnicas de resistencia no-violenta se suelen visibilizar más, de modo que a la gente le resulta más fácil averiguar cómo pueden participar directamente y cómo coordinar sus actividades para provocar el máximo de disrupción”.

¿Un número mágico?

Evidentemente, estamos hablando aquí de patrones muy generales y, aunque sea el doble de eficaz que los conflictos violentos, la resistencia pacífica no por ello deja de fracasar en el 47% de los casos. Como Chenoweth y Stephan señalan en su libro, esto ocurre en ocasiones porque el movimiento no llega a conseguir el apoyo o el impulso suficiente como para “erosionar la base de poder del adversario y mantener la resiliencia frente a la represión”. Pero también hay protestas no-violentas relativamente prolongadas que han fracasado, como las que se dieron contra el partido comunista en Alemania Oriental en la década de 1950, que congregaron a 400.000 personas (en torno al 2% de la población) en su momento álgido, pero que no consiguieron provocar el cambio.

         Según los datos de Chenoweth, sólo cuando las protestas no-violentas alcanzan el umbral del 3,5% de implicación activa es cuando el éxito parece estar garantizado; y superar incluso ese nivel de apoyo no es nada fácil. En el Reino Unido supondría que 2,3 millones de personas se implicaran en un movimiento social (más o menos dos veces el tamaño de Birmingham, la segunda ciudad más grande del Reino Unido); en Estados Unidos, supondría movilizar a 11 millones de personas, más que el total de la población de la ciudad de Nueva York.

         Sin embargo, lo cierto es que las campañas no-violentas son la única manera fiable de mantener una implicación así entre la gente.

El primer estudio de Chenoweth y Stephan se publicó en 2011, y sus hallazgos han atraído una gran atención desde entonces. “Es difícil exagerar cuando hablamos de la gran influencia que este trabajo ha ejercido en este campo de investigación”, dice Matthew Chandler, que investiga la resistencia civil en la Universidad de Notre Dame, en Indiana.

         Isabel Bramsen, que estudia conflictos internacionales en la Universidad de Copenhague, sostiene también que los resultados de Chenoweth y Stephan son convincentes. Actualmente, “es una verdad establecida dentro del campo que los enfoques no-violentos tienen más probabilidades de alcanzar sus objetivos que los enfoques violentos”, afirma.

         En cuanto a la “regla del 3,5%”, Bramsen señala que, aunque un 3,5% es una pequeña minoría, un nivel de participación activa de tal calibre implica probablemente que hay muchas más personas que están de tácitamente acuerdo con la causa.

         Estas investigadoras están ahora intentando discernir los factores que podrían llevar al éxito o al fracaso de un movimiento. Bramsen y Chandler, por ejemplo, resaltan la importancia de que exista unidad entre los manifestantes.

         Bramsen pone el ejemplo de la rebelión fallida de Bahrein de 2011. En un principio, a la campaña se adhirieron muchas manifestantes, pero el movimiento se escindió rápidamente en distintas facciones que competían entre sí. La resultante pérdida de cohesión, sugiere Bramsen, impidió en última instancia que el movimiento obtuviera el suficiente ímpetu para generar el cambio.

         Chenoweth se ha interesado recientemente en protestas que tiene más cerca de su casa, como el movimiento Black Lives Matter y la Marcha de las Mujeres en 2017. También se ha interesado en Extinction Rebellion, movimiento popularizado recientemente por la implicación de la activista sueca Greta Thunberg. “Se están enfrentando a un montón de inercia ―dice―, pero creo que tienen un núcleo increíblemente consciente y estratégico. Y parecen tener los instintos necesarios para desarrollar campañas de resistencia no-violenta y enseñar a través de ellas.”

         En última instancia, Chenoweth afirma que le gustaría que los libros de historia se centraran más en las campañas no-violentas que en las guerras. “Muchas de las historias que nos contamos unas a otras se centran en la violencia; y, aunque resulten ser un desastre total, seguimos buscando la manera de encontrar victorias en ellas”, afirma. Sin embargo, solemos ignorar los éxitos de las protestas pacíficas, añade.

         “Las personas normales realizan a diario actividades bastante heroicas que, en realidad, están cambiando el mundo, y también se merecen que se les preste atención y se celebren sus éxitos.”

Créditos de las fotografías
  • "Broga Hills Malaysia", by taufuuu, under license CC BY-NC.
    

2 comentarios en “La «regla del 3,5%»: Cómo una pequeña minoría puede cambiar el mundo

  1. Al comprometer el apoyo amplio entre la poblacion, las campanas no violentas tambien tienen mas probabilidades de obtener el respaldo de la policia y las fuerzas armadas, los grupos en los que el gobierno debe depender para establecer el orden.

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