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El «desarrollo» sostenible: Un caballo de Troya en el patio del movimiento ecologista

Artículo publicado originalmente en el blog de Extinction Rebellion Spain el 22 de marzo de 2019

Cuando escucho el término “desarrollo sostenible” de labios de una persona sinceramente preocupada por los problemas ecológicos a los que nos enfrentamos, de inmediato oigo una voz en mi cabeza que dice: “Por ahí no vamos bien”. ¿Por qué esto?

            El concepto de sostenibilidad fue introducido en 1981 por Lester Brown, fundador del Worldwatch Institute, persona muy respetada en temas medioambientales; y poco después, en 1987, la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo publicó el Informe Brundtland, donde apareció por vez primera el concepto de “desarrollo sostenible”. El problema vino cuando al término “desarrollo” se le dio la connotación económica y cuantitativa, en lugar de mantenerlo en lo que –nos gustaría creer– era su concepción original: la connotación sistémica y cualitativa, como una propiedad fundamental de la vida sustentada en la teoría de la autopoiesis. Y es que el propio término “desarrollo”, adherido como una lapa al concepto de sostenibilidad, se ha convertido en un Caballo de Troya a través del cual se ha abortado la esencia más profundamente transformadora del movimiento ecologista. De hecho, según mi opinión, el término “desarrollo” ha sido la cuña introducida por el pensamiento económico propio de los mercados para neutralizar al cada vez más poderoso movimiento medioambiental.

            De lo problemático de este término se han hecho eco un buen número de autoras (Capra y Luisi, 2014; Gadotti, 2002; Hedlund-de Witt, 2014; Kahn, 2008). El educador brasileño Moacir Gadotti comentó concretamente acerca de ello:

…desarrollo y sustentabilidad serían lógicamente incompatibles. Para nosotros, sustentable es más que un calificativo del desarrollo. Va más allá de la preservación de los recursos naturales y de la viabilidad de un desarrollo sin agresión al medio ambiente. Implica un equilibrio del ser humano consigo mismo y, en consecuencia, con el planeta (y más aún, con el universo) (Gadotti, 2002, p. 31).

Es aquí, precisamente, en el campo de las Ciencias de la Educación, donde el problema queda ilustrado de un modo más patente.

            Helen Kopnina (2012), examinando las implicaciones del cambio que llevó desde la Educación Ambiental (EA) hasta la Educación para el Desarrollo Sostenible (EDS) llegó a decir que había “un elefante en la habitación” del que casi nadie hablaba: el hecho de que la EDS había llevado a cabo un cambio de enfoque radical que había propiciado que la protección medioambiental hubiera cedido terreno ante los problemas sociales.

            Tal cambio de enfoque se habría producido, según Kopnina, con la publicación de la Agenda 21 en 1992, en cuyo capítulo 37 se indicaba que debe haber un equilibrio al abordar las necesidades del medio ambiente y las de la humanidad. Ahí estaba la cuña. Desde aquí pasaría el enfoque a los currículos escolares de todo el mundo. Kopnina lo explica así:

En tanto que las formas previas de la EA, como la naturalista, la sistémica, la científica, la centrada en valores o la holística, percibían el medio ambiente como naturaleza, sistema, objeto de estudio o campo de valores, la EDS concibe el medio ambiente como «recurso para el desarrollo económico o recurso compartido para una vida sostenible» (Sauvé 2005, 34). (…) Mientras la Carta de Belgrado se centra más en el medioambiente que en el desarrollo humano, resaltando la necesidad de proteger al medioambiente frente a las actividades humanas, la EDS sólo pone el énfasis en los problemas de derechos humanos… (Kopnina, 2012, p. 703)

Es decir, en el “desarrollo sostenible” y en la EDS se les da prioridad a los problemas humanos por encima de la protección medioambiental. Esto apunta directamente a una visión del mundo antropocéntrica e instrumental; es decir, la misma visión del mundo que nos ha llevado a la situación de colapso ecológico en la que nos hallamos (sobre la importancia decisiva de las visiones del mundo en la construcción de culturas y civilizaciones, véase Cutanda, 2016, capítulos 1 y 2).

            Frente al enfoque antropocéntrico ancestral (recordemos aquello de “Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla”, en el Génesis 1:28), la única visión del mundo que puede sacarnos del grave problema planetario en el que nos hallamos sería una visión del mundo sistémico-compleja y ecocéntrica. Desde este enfoque se contempla la comunidad de vida terrestre como un todo donde toda especie tiene un valor intrínseco. Es decir, su valor no viene determinado por su utilidad para el ser humano; es valiosa en sí y por sí misma, y por tanto debe ser respetada y cuidada. Aquí, el papel del ser humano sería el de proteger al resto de especies, limitando sus propios intereses si ello fuera necesario (Leopold, 1949; Eckersley, 1992).

            Esta polaridad antropocéntrica-ecocéntrica puede parecer insignificante y, sin embargo, es decisiva. Disponemos de evidencias empíricas (Casey y Scott, 2006; Hedlund-de Witt et al., 2014; Kortenkamp y Moore, 2001; Thompson y Barton, 1994) que demuestran que aquellas personas que desarrollan una visión del mundo ecocéntrica «es más probable que actúen en función de sus actitudes en pro del medioambiente y que se involucren en comportamientos conservacionistas. Por contra, el interés antropocéntrico está relacionado con una mayor apatía hacia el medioambiente y menos comportamientos conservacionistas» (Thompson y Barton, 1994, p. 156).

            Esto nos lleva a plantear la necesidad de un profundo trabajo educativo desde las organizaciones y los movimientos sociales ecológicos a través del cual hagamos comprender a la sociedad global la inmensa necesidad de pasar desde un enfoque antropocéntrico –que se da por sentado como “lo normal”– a un enfoque ecocéntrico, donde la comunidad de vida y la vida toda planetaria se hallen en el centro de las prioridades de toda actividad humana. Como señala la educadora María Novo, necesitamos

…una nueva mirada filosófica: la que contempla al ser humano no como dominador o «dueño» de la naturaleza sino como parte de ella, como una especie que, con sus indudables singularidades, está retada a entenderse y desarrollarse en armonía con el resto de la biosfera (Novo, 2009, p. 202).

La voz de mi cabeza no está equivocada. Si veis que en los debates políticos y económicos se introduce el término “desarrollo sostenible” acompañado de una sonrisa de aceptación de responsabilidad ante el medio ambiente, sospechad. Como mínimo, sospechad y dejad que vuestra cabeza os diga “Por ahí no vamos bien”, pues bien puede ser un gigantesco caballo de madera abandonado a las puertas del movimiento ecologista global.

Referencias

Brown, L. (1981). Building a Sustainable Society. New York: Norton.

Brundtland, G. H. (ed.) (1987). Our Common Future: Report of the World Commission on Environment and Development. Disponible en https://en.wikisource.org/wiki/Brundtland_Report.

Capra, F. y Luisi, P. L. (2014). The Systems View of Life: A Unified Vision. Cambridge, UK: Cambridge University Press.

Casey, P. J. y Scott, K. (2006). Environmental concern and behaviour in an Australian sample within an ecocentric-anthropocentric framework. Australian Journal of Psychology, 58(2), 57-67. doi: 10.1080/00049530600730419.

Cutanda, G. A. (2016). Relatos tradicionales y Carta de la Tierra: Hacia una educación en la visión del mundo sistémico-compleja (Tesis doctoral). Universidad de Granada. Disponible en http://digibug.ugr.es/handle/10481/45390.

Eckersley, R. (1992). Environmentalism and Political Theory: Toward an Ecocentric Approach. London: UCL Press.

Gadotti, M. (2002). Pedagogía de la Tierra. México D.F.: Siglo XXI Editores.

Hedlund-de Witt, A. (2014). Rethinking sustainable development: Considering how different worldviews envision «development» and «quality of life». Sustainability, 6(11), 8310-8328.

Hedlund-de Witt, A.; de Boer, J. y Boersema, J. J. (2014). Exploring inner and outer worlds: Quantitative study of worldviews, environmental attitudes, and sustainable lifestyles. Journal of Environmental Psychology, 37, pp. 40-54.

Kahn, R. (2008). From education for sustainable development to ecopedagogy: Sustaining capitalism or sustaining life. Green Theory & Praxis: The Journal of Ecopedagogy, 4(1), 1-14. doi: 10.3903/gtp.2008.1.2.

Kopnina, H. (2012). Education for sustainable development (ESD): The turn away from ‘environment’ in environmental education? Environmental Education Research, 18(5), 699-717. doi: 10.1080/13504622.2012.658028.

Kortenkamp, K. V. y Moore, C. F. (2001). Ecocentrism and anthropocentrism: Moral reasoning about ecological commons dilemmas. Journal of Environmental Psychology, 21, 261-272. doi: 10.1006/jevp.2001.0205.

Leopold. A. (1949). A Sand County Almanac and Sketches Here and There. London: Oxford University Press.

Novo. M. (2009). La educación ambiental, una genuina educación para el desarrollo sostenible. Revista de Educación, Número extraordinario: Educar para el Desarrollo Sostenible, pp. 195-217.

Thompson, S. C. G. y Barton, M. A. (1994). Ecocentric and anthropocentric attitudes toward the environment. Journal of Environmental Psychology, 14(2), 149-157. doi: 10.1016/S0272-4944(05)80168-9.